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Este es un blog creado para concentrar anécdotas , cosas que nos hagan recordar a los que ya se nos adelantaron y gozar de los que aún estan.
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A todos les mando un abrazo de águila y espero leerlos pronto
Saludos !

Felipe Fernández Morante

miércoles, 28 de enero de 2015


Todos los niños en el parque

Por Javier Lopez Aguado
Alguna novia me robó, pero hecho siempre con grandes modales ¿y porqué no decirlo?: de muy buena ley. No en balde, hablaba inglés y cantaba como Bob Dylan. Decíamos todos que él era el sensato. Pulcro y bien vestido, podía vérsele por el parque patear un balón, con el Así habló Zaratustra bajo el brazo. Su tiro de boliche, aunque no era demasiado eficaz, jamás rebasaba la linea de falta con su postura final estilizada y casi perfecta. Le gustaba la conversación y hacer lagartijas. Su buena pinta le ganó pronto el lugar de sacapermisos ante los padres de los demás. Nos invitaba con frecuencia a la reflexión, pero una vez que estábamos todos de acuerdo en que lo que habríamos de hacer era de verdad una estupidez, la emprendíamos igual que si allí no se hubiera dicho nada y a veces, él mucho más entusiasta. Pero su capacidad de argumentar con educación, le permitía mantener una conversación coherente, incluso con los adultos .Por eso lo llamamos Filósofo, porque pensábamos que era el sensato y sus padres también. Hasta que aquella noche cuando su madre, con infinita generosidad, nos servía la cena luego de mandarnos a lavar las manos, Oscar, se puso a tamborilear con cuchillo y tenedor sobre los vasos y platos. Creo que la primera enmienda fue una frase en inglés, pero no lo recuerdo bien. En cualquier caso, no tuvo gran efecto sobre el inspirado solo del músico en ciernes. ¿Se puede saber que están haciendo en el cuarto de azotea? fue la segunda correctiva, seguida del silencio para que en un gesto bien entendido por los miembros de su familia, Don Xavier, encendiera su puro con la mirada bien clavada en mi amigo.
Pablo y yo habíamos escuchado días antes a mis hermanos mayores y sus amigos hablar del Paraíso. Se referían a ese lugar casi siempre en cuchicheos de voz muy baja y risitas, que pronto subían de volumen y se tornaban en nerviosas carcajadas, seguidas del ¡Shhh, cállate güey!.
Suficiente para que el Paraíso se volviera el objetivo de nuestra próxima conquista. Supimos que a él, se podía acceder solo por invitación de su amo y señor, uno de los mayores entre los amigos del mayor de mis hermanos. Lo que era ya demasiado mayor para que aún, el mayor de nosotros, obtuviera la menor invitación. Ni retarlos en ajedrez, para lo que Pablo tenía sus mañas, ni ofrecernos de esclavos por un mes, nos consiguió el acceso al Paraiso. Así que por nosotros, tuvo que abogar la suerte.
Una tarde de torneo de ping-pong, Joaquín, dueño del Paraiso, puso, creo que con un poco de ostentación porque por aquellos días era el rey, su llavero y alguna otra cosa, sobre la mesa de ayuda que había en el comedor de mi casa. Eran ya las finales por pareja y la preocupación de todos se centraba en hacerse del mejor sartén, porque en definitiva, no teníamos raquetas. El calor del juego, las apuestas y la disputa por aquel pequeño traste negro con el que mi Madre hacía los hot-cakes, armaron la bronca. Se vinieron los gritos y algún manoteo, nada grave, pero si mucha exaltación y corajes. Se detuvo el torneo y el resto de la tarde se fue en conciliaciones y acuerdos para un nuevo reglamento. Nos vemos mañana, ya quedamos, conste eh, fueron las frases de despedida. Felipe, Pablo y yo, testigos de todo, nos vimos de pronto frente a las llaves del Paraíso.
A la mañana siguiente, ya los cinco, esperamos con disimulo que Joaquiin saliera de su casa y a hurtadillas y empujoncitos, nos metimos al edificio. Subimos la escalera y muy nerviosos, entramos a lo que de verdad era el Paraíso: un pequeño, pequeño cuarto de azotea iluminado con luz negra. Las paredes totalmente cubiertas de piso a techo, con las mejores páginas centrales de Playboy, Caballero y ¡Penthouse! ¡Madre mía! ¡Ahí había, ceniceros, cigarros de varias marcas, refrescos y hasta un tocadiscos y una buena colección de 33 revoluciones!. ¡Cojines para echarse en el piso y al centro de todo aquello las revistas, decenas de ellas! ¡Que grande era ser grande!
Donde Joaquín creo su ParaisoDonde Joaquín creo su Paraiso
No pudimos darle mas tiempo al tiempo, teníamos que ser grandes ya. Pusimos el llavero bajo uno de los sillones de la sala de mi casa y nos dimos a la tarea de construir nuestro propio Paraíso. Pero creo que todavía no eramos tan mayores, así que llevamos cualquier cantidad de cosas al cuarto de azotea de Oscar: el carrito de super que nos habíamos llevado de Sumesa, la grabadora de cinta de Pablo, un platillo, unas baquetas, un tom y una tarola de Jorge, algún El sexo me da risa, una guitarra, un poster de Deep Purple, una engrapadora, periódico viejo y chapopote para cubrir las paredes y darle aspecto de cueva, cigarros y un refresco para todos.
Esa noche de merienda, el Filosofo, pudo una vez mas, obtener el permiso para que pasáramos algunos de los mejores momentos de nuestra infancia metidos en nuestro propio Paraíso. Allí, charlamos, reímos, escuchamos música, cantamos, peleamos, soñamos y hablamos de cuando fuéramos grandes, sin darnos cuenta de que poco a poco lo íbamos siendo. Hasta que un día, los constantes tamborileos y guitarrazos, tocaron a la puerta del reclamo en casa de Oscar. Doña Martha, generosa y paciente, nos dijo: bueno, pues como dice la letra de esa canción que le cantan a Oscar: todos los niños en el parque.  
Y por cierto... yo todavía conservo aquel sartén.
Donde hicimos el nuestro
Donde hicimos el nuestro

2 comentarios:

Felipe Fernandez Morante dijo...

Me encanto!

Pablo Hernandez Arizmendi dijo...

Excelente Crónica Javier, cómo olvidar ese cuartito en la azotea. Un abrazo !!!