miércoles, 26 de junio de 2013 

 Yo creo que debió ser él, quien convenció al señor Tomasini. 
Era el mayor de los cinco y su mente vertiginosa tenía siempre una respuesta sagaz para cualquier cosa. 
Amante de Deep Purple, el América, los pantalones ultra-acampanados, los zapatos con plataforma y ensalada de locos, era muy apto en matemáticas y la pintura por números. 
Primero, fue amigo de los mayores de la cuadra, entre ellos mis hermanos, luego, debió unirlo a nosotros la pasión compartida de aquel momento: "La bici"
El trato logrado con Tomasini fue justo y simple: 
Repartíamos por la colonia los pedidos de leche, queso fresco y crema y el resto de la tarde la burra era nuestra. 



Amarilla, poderosa y nueva, era a nuestros ojos aquella bestia, un verdadero portento.   


Cierto que no era la realización del anhelo de una bicicleta para cada uno, no, pero si que era algo en lo que ni siquiera habíamos pensado, algo tal vez mejor, una en la que podíamos viajar por el barrio los cinco al mismo tiempo, eso era la burra, infancia compartida.


Así que gracias a la buena labia, como decíamos entonces, de Pablito clavo un clavito, nuestros horizontes de libertad, exploración y conquista, se ampliaron mucho mas allá de los límites fijados por nuestras madres e indulgentemente supervisados por nuestros hermanos mayores.
Ahora, podíamos ir hasta allá donde las piernas del Oso fueran capaces de llevarnos y las de los otros cuatro, traernos de vuelta. 
Atrás habían quedado los días en que para ir a algún sitio teníamos que
colgarnos del estribo de camiones y camionetas repartidoras que deambulaban por la colonia, de las que por cierto, llegamos a conocer bastante bien las rutas. 
Pronto, nuestra destreza con la burra gano notoriedad. 
Fuimos capaces de levantar el triciclo en solo dos llantas, primero con un pasajero y luego con todos a bordo, recorríamos así, toda una cuadra, bajábamos así por la pendiente de Viaducto a Xola, hacíamos círculos perfectos, ochos y derrapadas casi infinitas, subíamos y descendíamos banquetas e incluso, saltábamos rampas.
Montados cinco en la portentosa burra, llevamos a cabo nuestra secreta y peligrosa misión, cuando las cosas por la cremería del señor Tomasini, empezaron a ir mal. 
La competencia le comía el terreno rápidamente, así que conociéndonos bastante bien, el audaz descendiente de italianos, de enormes ojos azules y mejillas coloradas, nos encomendó llevar a cabo su plan maestro.  
Primero nos explicó detenidamente el porqué debíamos involucrarnos en las acciones: en nuestras manos estaba el que la cremería no tuviera que vender la burra y bajar definitivamente la cortina.
El mejor argumento que pudo habernos dado, sin duda. 
Aunque a decir verdad, no habría tenido que asustarnos de tal modo para convencernos de la maniobra, pues esas cosas nos entusiasmaban mas de la cuenta, creo ahora.
La estrategia para abatir a sus rivales era simple y contundente. 
A cada uno, nos puso en las manos una bolsita de plástico con cinco pequeñas esferas translúcidas. 

Todo lo que debíamos hacer, era visitar los establecimientos rivales y depositar discretamente en sus pisos, algunas de aquellas armas secretas, para que la misma clientela, sin darse cuenta, las pisará. 
No se el nombre de la sustancia química que contenían aquellas maliciosas caniquitas, pero cualquiera que haya olido alguna vez 40 huevos podridos podrá imaginar lo que sucedía cada vez que alguien reventaba una. 



Poco a poco los clientes volvieron a la cremería del señor Tomasini y nosotros seguimos algún tiempo pedaleando la burra.

En ella, visitamos a nuestras primeras novias, aunque ir los cinco nunca fue buena idea o tal vez si ¿quién lo sabe?. En ella cantamos Let it be, Money y desde luego Highway Star, aunque yo nunca entendí las letras.En ella torteamos a alguna que otra niña de la cuadra y a dos o tres señoras. En ella le arrebatamos las bolsas de pan dulce a las muchachas al salir de Calvin o Elizondo. Ambulantes, sudorosos, traviesos,malhoras, eternamente sedientos, en ella soñamos, charlamos y reímos a carcajadas, pero sobre todo, en ella viajamos por nuestra compartida infancia.


Pablo Hernández Arizmendi comenta:

Gracias Javier, me he emocionado mucho con tu relato, me sigue gustando Deep Purple, mi amor por el América sigue en aumento y no digamos el que despierta la bici, igual con las Matemáticas.....realmente sigo siendo el mismo, solo que ahora Pelón y con unas cuantas responsabilidades. No sabes que gusto me dio recordar esos gratos momentos. 
Ah....... se me olvidaba, sigo siendo el mayor...Jajajaja
Oye, que sabes de Mario Villa, recuerdo que era la unica persona conocida por mi que le iba al Atlas. 

Una vez Gracias !